martes, 12 de abril de 2011

Viajes...


Hoy, 12 de abril, hace ya más de un mes que no escribo. Sé que toda la culpa es mía, pero también me excuso en el Erasmus. Nunca antes un curso se me había pasado tan rápido, y ahora, aún, con dos meses por delante, siento que ya se va a acabar, por tanto, es muy difícil sacar tiempo y ganas para escribir.

Son muchas las cosas que han pasado desde entonces, pero como son grandes recuerdos, aún no las he olvidado. Empezaré por el principio.. Después de pasar los exámenes (todos aprobados) se sucedieron un par de viajes. El más inolviable, el de Venecia. El más necesitado, la vuelta a Las Palmas y el más improvisado, la visita nocturna a Siena.

Como me gustan las cosas ordenadas, empezaré por el primero, el viaje a los Carnavales de Venecia.

Todo empezó desde que sabíamos que nos veníamos a Florencia de Erasmus. " Ah! Pues en Carnavales podemos ir a Venecia! Qué bien!" exclamábamos sin saber, que al final se haría realidad. Lo cierto es que todo el grupo quería ir pero los días pasaban y pasaban y no se buscaba alojamiento. Sí, como siempre, dejando todo para el último momento. Un día, nos decidimos a buscar, y en ese momento, casi nos damos por vencidas. Todo muy caro o muy lejos. Pero al final, después de una reserva equivocada para otro mes, y de una "cancelación" por parte del hostal a un día de ir, nos vimos con las maletas subidas al tren y nuestro habitáculo para nosotras. El viaje en tren se hizo corto, nos lo pasamos bastante bien contándonos cosas las unas de las otras, ahora ya sé que el color favorito de Stefi es el naranja, o que a Patry le encanta ver el duomo mientras va caminando por Florencia. Y así, sin darnos cuenta, llegamos a Venecia. 

Nada más bajarte del tren y salir de la estación, te topas con Venecia en todo su esplendor. Un día de sol, mucha gente por las calles, y en frente tuya, un canal y varios puentes. Todo lo que habías visto en las películas es verdad. No paras de mirar las góndolas, a lo lejos, tan pequeñitas al lado de los vaporetos, las lanchas y los taxis. Mucho tráfico, como en las grandes ciudades, pero con una diferencia. No hay carreteras, solo agua, mucha agua. 

Después de las primeras fotos y cuando consigues cerrar la boca, te pones manos a la obra. Teníamos que coger el vaporeto para ir a dónde habíamos quedado con el chico del alojamiento. Él acudiría cuando nosotros lo llamásemos desde allí. Hasta ese momento nuestro viaje había trascurrido sin complicaciones, pero no todo podía ser tan bonito. El destino quiso que Estefania, subida ya en el vaporeto y asomada por la barandilla, escuchara un "plof". Se quedó mirando, sintiéndose con algo menos en el cuerpo, hasta que lo relacionó y se dio cuenta de que nada más comenzar la aventura, ya había hecho su pequeña aportación al Gran Canal de Venecia, nada más y nada menos. Bueno sí, algo menos, su móvil. Todos lamentamos su pérdida, y más aún cuando nos dimos cuenta de que el móvil se había llevado al fondo del mar el número del chico del apartamento. Pasamos unos minutos pensando qué hacer, qué solución había, cómo íbamos a contactar con él si no teníamos su número, cómo nos vendría a buscar si no sabría que habíamos llegado. Muchas dudas que alguien te callaba contestando: "naaaada, dormimos debajo de un puente, no pasa nada", (hombre, teniendo en cuenta que debajo de los puentes de Venecia, hay agua, algo si que pasa). Pero al final, nuestra querida Yai, nos sacó de nuestra incertidumbre, y sacamos los papeles de la reserva dónde venía el número de teléfono. Ahora ya podíamos disfrutar de nuestro primer paseo en vaporeto. 

Lo que sucedió a esta experiencia fueron más de treinta minutos esperando al dichoso hombre del apartamento, llamándolo cada dos por tres, y diciendo que no, que no queríamos comprar ningún bolso, cada cuatro por seis. Allí estábamos, rodeados de negros que no se daban cuenta que ya veníamos suficientemente cargados, que no nos hacían falta más maletitas, muertos de hambre, y viendo como se hacía de noche. Finalmente un hombre negro se acercó a nosotros diciendo mi nombre y tan pronto como llegó se fue. Dos palabras fueron suficientes para que todos nosotros saliésemos corriendo tras él. En este punto de la historia, yo, no entendía como había llegado tarde con lo rápido que caminaba. Cada vez lo veía más lejos y se camuflaba más en la oscuridad de la noche, hasta tal punto, que me salió del alma, el preguntarle a otro negro "¡ah! ¿eres tú?", que si era él, ya que no paraba de sonreírme al ver que yo pasaba de largo. Pensé que él se había parado y que al seguir embalada, le había resultado gracioso. Pero no. No era él. Lo único que obtuve por respuesta fue que le comprara un bolso. Menos mal, que ahí apareció Estefanía sacándome de mi ignorancia y diciéndome que el que yo buscaba estaba ya medio kilómetro más adelante, y que caminara rápido que se nos iba. Al final lo pillamos y después de varias horas en Venecia, conocimos nuestro hogar durante dos días. 

El fin de semana fue ajetreado, la primera noche sólo dimos una vuelta tranquilita para conocer un poco la ciudad. Nos dio la impresión de ser tranquila, incluso un poco tenebrosa por la noche. Pero todo estaba por cambiar. Al día siguiente, el sábado, nos levantamos pronto con la intención de conocer la mayor parte de Venecia en un día. Y así lo hicimos. Incluso tuvimos la oportunidad de subirnos en góndola, algo que ninguna de las cuatro nunca olvidará.

Pero a medida que nos íbamos acercando a San Marcos, había más y más gente. Se veían trajes de época y muchos turistas con máscara. Después de las típicas fotos con estos grupos, nos adentramos en el bullicio, y el primer sonido que escuchamos ¿cuál es? Pues unas sevillanas. En pleno carnaval veneciano, ves un coro y dentro un grupo de mujeres bailando con algún que otro olé de fondo. Después de esta agradable imagen inicial del carnaval, caminas hacia otro lado. No paras de ver gente, y colores por todos lados, caballeros de la mesa redonda, o jueces del siglo VXIII, así como un grupo de damiselas de la edad media, te quieres hacer fotos con todos, y practicamente, en eso consiste este carnaval. Es un ambiente diferente, mágico.

Al día le sigue la noche, y al turismo le sigue la fiesta. Y qué decir de esa noche, que nos volvimos a casa antes de la una, pero que cada vez que pienso en ella no puedo parar de reir. Miles de momentos destacables, pero me quedo con "Io ho pagato..." Os pongo en situación. Entramos en un sitio a comprarnos un panino para cenar. Yo pago y me salgo a comerlo con algunas de las chicas. Dentro se quedan otras dos. Al ver que no salen me da por mirar, y veo el panorama. Algo había pasado. Una está muy alterada y la otra me hace gestos de "puff, sácame de aquí." Al poco rato, la alterada se asoma preguntando si tenemos un panino, la respuesta es no. Ella vuelve para dentro, no sin antes tener que decirle a un payaso que tenía ganas de bromear, "aspetta, ora no per favore". Todo muy cómico. El hombre de la tienda, un indio, moreno de piel, estaba cada vez más blanco (frase legendaria de Venecia), y los clientes, hartos de la situación, querían que le diesen a la chica aquello que pedía. El problema era que había pedido varías cosas por las que había pagado y solo tenía una en la mano, que en el trascurso de la discusión se zampó. Al final, todo se arregló, ya que el indio, cansado del panorama optó por darle otro panino. Y así, al día siguiente, cogimos nuestro segundo vaporeto, y nos fuimos a casa, donde a las cinco de la tarde, comimos un buen plato de pasta.


No hay comentarios:

Publicar un comentario