lunes, 22 de noviembre de 2010

Sobre las cenas en casa y las ganas de volver...

Haciéndome perrerias
Ya vamos por la segunda cenita en casa y las dos genial. Esta última sin los estreses de la primera, donde tuve que hacer mis primeras tortillas en una hora. Llegar a casa de la compra y pelar papas como locas. Freír, batir huevos, mezclar, enfrentarse a darle la vuelta. Pero al final, se dejaron comer. La tortilla de esta vez, más buena, y sin cocinar yo, (otra vez, ¡gracias Bruno!) ¡Qué cena más rica! Repitiendo platos pero con diferente compañía. ¡Y esta vez con tarta y bizcocho casero! Celebrando por todo lo alto el cumple de una de las canarias. Así da gusto. ¡A ver cuando repetimos!

Por lo demás, estamos a 22 de Noviembre. Mañana hacemos dos meses en Florencia y decir que se han pasado volando me parece poco. Dentro de otros 22 días ya estoy en Canarias, haciendo turismo por Las Palmas con los niños (¡vayan pensando sitios!) y conociendo por fin la famosa Heineken. Y después, como todos los años ¡a volver a casa por Navidad! Esta vez es diferente. No hay tantas ganas como otras veces. Sé que una vez allí echaré de menos todo esto pero también sé que estaré encantada ya que ya hay ganas de una Masalla de la Gigi (que aunque esté en Italia, aún no he probado una pizza igual), de ir a comer a la Repikada, de ir a la explanada a no hacer nada y estresarnos porque “en esta isla nunca hay nada que hacer”, de comprar pipas facundo a las tantas de la noche en la pcam y saludar a mi amigo, de comer algo cocinado por mis padres, de conducir, de esperar a Guetón a que termine de cenar mientras piensas “¿cómo va a tardar tanto?”, de quedar con Dani con días de antelación por su agenda ocupada, de escuchar a Cristo montarse mil películas a cerca del fin del mundo mientras tú te acojonas, de ir a jugar al guitar hero en fácil mientras Iván, en experto, toca sin mirar la pantalla, de dar paseos en el forfi de Fany con la música a tope, de esperar a las cuatro de la mañana para comer donuts, de hacer locuras, de pasar un rato en Famara, de que pasen los días y no llueva, de volver por la noche a casa en el daewoo y tener Arrecife sólo para ti, de crear otra carpeta en el ordenador para las fotos de las Navidades, de escuchar a mi madre decir que este año no hay regalos que ya soy muy mayor y que luego siempre caiga algo, de decorar el árbol, de ver las cuatro luces que ponen en la isla, de estar en Lanzarote… Pues parecía que no, pero tengo más ganas de lo que pienso. ¡Y ya no queda nada!

martes, 16 de noviembre de 2010

Otra crucecita en el mapa: ¡ROMA!


¡Qué pasada! Esta frase define tanto la ciudad como el fin de semana que hemos pasado. ¿Por dónde empezar? Quizá por el madrugón que nos pegamos para coger el primer tren en el que nos íbamos a pegar las siguientes cuatro horas, supuestamente durmiendo, pero al final, ni lo hicimos ni dejamos que lo hicieran. Juegos de magia, con el futuro de Sandra en nuestras manos, otros donde el 3 tira otra vez, y otros en los que simplemente quedas como culo, o como presidente (en la vida real muchas veces esto va unido). En definitiva, risas y más risas. Pero al final del trayecto, Roma. Poco después aprendimos que todos los caminos llevan a Termini. “¿Cómo vamos al hotel?” “A piedi, è vecinisimo”. È vero, pero el pateazo que te pegas dentro de la propia estación es digno de mención. En la primera parada, un papel y una pulsera con las siglas ESN (Erasmus Student Network) en la muñeca y listos para empezar el viaje. 

El hotel no parece estar mal, pero como ya es habitual en Italia, llegas y tienes que esperar para poder pasar a la habitación, mientras tanto, haces tiempo visitando ya los primeros lugares. Santa Maria degli Angeli (como mi madre, hasta lo de santa también)  y Santa Maria Maggiore son las primeras que ves. Impresionantes. Después carrerita al hostal para poder elegir habitaciones. Y aquí siempre la gran Estefania, que sin ni siquiera darse cuenta, nos eligió las mejores camere a todo el grupo. Primera planta ocupada, y plagada por canarios, ¡y que alguien diga algo! 

Ese mismo día de camino a la conferencia a la que teníamos que ir por obligación (sí, esa en la que al final no estuvimos) vimos la plaza Venecia. Uno de los lugares más bonitos que he visto nunca, al igual que el Coliseo, iluminado y rodeado por césped. Un par de fotos subida en la papelera (¡gracias Bruno!) y de vuelta a la 103. A ducharse, a vestirse, y a salir con los cachetes hipercolorados para ir a la baby-party. Ni el cubo de agua que nos lanzaron desde el hotel nos quitó las ganas de fiesta. 
Encima de la papelera
A la mañana siguiente…

Madrugón. Uff. Esto de dormir 3 horas no va conmigo. Hacer turismo sin dormir y habiendo salido el día anterior no es gran idea, pero es lo que hay. Primero el coliseo, versión de día, dopo te sientes en casa en la plaza de España para después encontrarte en el Panteón mirando un agujero en el techo y preguntándote si será verdad que cuando llueve no entra agua por ahí, más tarde tiras la monedita en la Fontana di Trevi esperando que se cumpla tu deseo, y por último, después de una larga parada en la plaza Spagna donde te sientas, miras al frente, localizas la calle de las tiendas caras, intentas encontrar un hueco entre tanta gente, y no ves ninguno… (¿aquí no hay crisis?) te levantas y vas a la plaza del Popolo, para verla durante cinco minutos y salir pitando al hostal a repetir la maniobra de ayer. Ducharse, vestirse todas igual con la camisa de I love ROMA, e ir a la fiesta. En el tranvía cantos y más cantos.

El último día…

Tienes un gran dolor de pies, pero caminas por toda Roma para intentar ver la mayor cantidad de cosas posibles y llegar a tiempo a coger el tren. La primera y más importante parada: el Vaticano. Cola de media hora con un sol abrasador en la nuca, pero merece la pena. Sobre todo teniendo en cuenta, que en Roma, todo es gratis. Y por fin, después de todo el día por ahí, quejándote a cada paso que das del dolor de tu cuerpo, intentas recoger tu maletita del hostal, no sin antes discutir con el del hostal por algo que todavía no entiendo, porque nosotras seremos sordas, pero él, subnormal esférico, es decir, lo mires por donde lo mires.

Y como dije al principio, todos los caminos llevan a Termini. De repente te das cuenta de que estás en el tren, vuelta a Florencia, y que echaras de menos Roma. Pero… ¡volveré! 

En el tren al principio intentas dormir probando todas las posturas y cuando lo consigues, te despierta el revisor a mitad de viaje para enseñarle el billete, ¿no podía pasar antes o qué? Después no intentas dormirte otra vez y te vas con los chicos, para jugar a las cartas, a las películas y a los personajes famosos, y donde acabas estallada con las películas de un solo gesto y la manera de describir a Bruce Willis. 

En definitiva, ¡gran viaje, gran ciudad y grandes Erasmus!

Vaticano

lunes, 25 de octubre de 2010

Verona, la ciudad de Romeo e Giulietta


El 23 de septiembre llegamos a Milán por la noche y dormimos en un hotel. Un mes más tarde, pasamos el día en la bella Verona. Y por la noche, nada de no saber a dónde ir a pasar la noche, a dormir en nuestro propio piso, con todo bajo control, sabiéndonos mover por la ciudad y siendo capaces de entender el italiano e incluso hablarlo algo. Si esto pasa el día que hacemos un mes en Italia, espero que cuando lleve nueve, sea una fiorentina más. 

Vistas desde el anfiteatro
De la excursión a Verona habría que destacar que la próxima vez la hago por mi cuenta, sin perder el tiempo, y entrando a todos los sitios por los que haya pagado. Hay que mencionar también que nada de guaguas de 3 horas para ir, y 3 para volver porque me puede dar algo. Y por supuesto, hablar del río. ¡Es azul! Te dan ganas de meterte al agua (si no fuera por el peletazo que hay fuera, menos mal que a ti sólo se te ven los ojos entre el abrigo y la gorra y estás muy calentita), y no te da la impresión de que puedas caminar sobre el agua, como pasa con el río que hay bajo el ponte vecchio en Florencia.

Por lo demás, Verona è una citta molto bella, donde lo más bonito no es entrar a ver cuadros a museos, sino callejear encontrando lugares llenos de encanto.  Sin duda hay que ver las vistas desde el anfiteatro donde disfrutas de toda Verona, con el rio y sus puentes, sus colinas, sus casas y sus catedrales, y por supuesto, visitar la casa de Julieta, donde no puedes ir si sacarte una foto desde el famoso balcón. Después de poco ajetreo durante el día ya que los guías pueden presumir de llevar consigo una gran parsimonia (y luego dicen que los canarios estamos aplatanados, pues no sé cómo estará esta gente…) a subirse de nuevo en la guagua, después de una avalancha de Erasmus desesperados por coger sitio (hay para todos gente…) de vuelta a tu casa. A meterte en la cama con dos edredones y a soñar con Romeo y Julieta. 

Balcón de Giulietta

La odisea del banco, primera gran dificultad en Firenze


Lo primero que hice en Florencia fue buscar un buen banco. Encontramos uno en pleno Duomo, así que sería cuanto menos normal. Hablando con el cajero a todo lo que preguntábamos contestaba “free, free”, poco después me enteré que lo que para él era free, free, para mí, serían dos euros por aquí, dos euros por allá... La cosa empezó mal. Algo raro había cuando tuve que ir con mil euros en el bolso por las calles de Florencia ya que no podía hacer una dichosa transferencia en el propio banco. Pero semanas después ya habíamos conseguido hacernos entender y el pagar dos euros por sacar dinero se había acabado. Así que por fin, todo parecía estar en su sitio. Pero claro, como casi todo en el Erasmus, cuando una cosa parece sencilla, oculta algo que lo hace complicado. Y como no, mi tarjeta spider del Monte di paschi no iba a ser menos, ¿cómo iba a infringir una ley no escrita del Erasmus? Imposible. 

Un día cualquiera, como cualquier otro, voy a sacar dinero. Pensé que el cajero estaba velando por mi economía cuando denegó darme 50 euros. “Me parece muy bien, pero necesito mi dinero”, pensé. Lo intenté con 40. Tampoco. Al final me fui con 20 euros y con un canto en los dientes. Me reuní con Sandra y fuimos a comprar a “Il Centro”. Allí, ella fue a pagar con la Spider y tal y como se la pasaron por la máquina se la devolvieron haciendo un gesto de confusión. Al final pagamos en efectivo y nos fuimos para casa. Todo el camino en silencio ya que yo sabía que algo raro pasaba. Lo primero que hice al llegar al piso fue comprobar mi saldo en la cuenta. 

Saldo total: + 10,30 e.

¿¿¿QUÉ??? No puede ser. F5. Refrescas. Vuelves a meter las tres mil claves que hay que poner para acceder. Y nada, aquellos 10 euros no se multiplican y se convierten en 600. Vas corriendo al cuarto de Sandra. “Deja lo que estés haciendo y comprueba tu saldo en la cuenta”. Ves su cara de alucine mientras pronuncia “1 euro, 12 céntimos”. “Lo sabía, algo raro pasaba, nos han quitado todo el dinero”. Puff. Llamas al número del banco donde pasan de ti al oír hablar español, y después de decirle tu código fiscal con todos los nombres de ciudades que se te ocurren, M de Madrid, P de Perugia…, van y te cuelgan sin mediar palabra. Llamas y llamas y no hay respuesta. Haces un skype para informar a tus padres. Y posteriormente te vas a la policía donde no pueden hacer nada hasta la mañana siguiente. Pues nada. Duermes poco y mal. Es el dinero del alquiler del próximo mes, y las cuentas estaban perfectas para ir tirando… ¿y ahora? Pues un cambio de planes total, como siempre desde el primer momento, cuando tenías una ruta con un viaje Sevilla-Pisa, y al final acabaste montada en un avión de otra compañía en el aeropuerto de Barajas y con destino a Milán. 

A la mañana siguiente visita obligada a mis cajeros favoritos (nótese el tono irónico), explicas lo que pasa y ellos sólo son capaces de decir que es muy raro. Mientras se hablan entre ellos entiendes que piensan que te lo has inventado, entonces sueltas un convincente “voy a ir a poner una denuncia a la policía”, ahí es cuando se les cambia la cara y dicen que volvamos con la denuncia en la mano. Nos vamos no antes sin discutir durante media hora para conseguir la lista de movimientos. Y claro, como no, no me libré de dar otros dos euros. Pero total, para que se los gaste otra persona en Bulgaria me los gasto yo. 

En la comisaria la misma historia, a grandes rasgos, pasan de ti. Entregamos la denuncia, tres sellos y para casa. “¿No nos dice nada?” “¿Ya está?” Todo eso mientras él indica que te levantes y tú te mantienes en la silla. Al final, el tío levanta el culo y llama a una mujer que habla español. ¿Por qué no lo habrá hecho antes? Es italiano, esa es la única respuesta. Gracias a la mujer nos fuimos tranquilas de allí y seguras de que el dinero tenía que ser devuelto. Así que, de vuelta al banco. Los cajeros al vernos entrar tiemblan mientras miran para otro lado para que no les toque atendernos. Pero nosotras vamos directamente a por otro. El hombre que nos abrió la cuenta. Después de todo fue él quien nos aconsejó ese banco, esa tarjeta…

“Tenemos que esperar dos o tres días por unos papeles y os llamo para rellenarlos”. Pasa un día, y otro, y al tercero tampoco llama. No sé de qué me sorprendí. Finalmente y gracias a que pasamos nosotras por allí el dinero nos será devuelto en 15 días como máximo. Así que, teniendo en cuenta que ese banco ha pasado a la historia, junto con la cuenta y la tarjeta, esta historia tiene un final feliz. Aunque más feliz será cuando tenga mis 600 euros a salvo.

miércoles, 13 de octubre de 2010

De excursión, 10/10/2010


Después de 16 giorni en Firenze, llegó nuestra primera escapada. El lugar, Siena. La compañía, nuevos conocidos (más bien –as ya que la mayoría son chicas). Madrugón. Puede decirse que el primero en esta ciudad. Más tarde nos daríamos cuenta que no sólo posee esa característica, sino que también puede presumir de haber sido completamente innecesario. ¿La razón? Siena es enana. Muy bonita, eso sí. Pero en un par de horas ya has visto todo… y nosotros que pensábamos volver en el tren de las nueve y media, que ilusos. 

Lo más bonito, las vistas desde el Panorama y lo más conocido, la plaza donde se realiza il Palio di Siena una o dos veces al año.

 Durante todo el día no paramos de ver españoles, en la guagua los andaluces, en el centro, una mujer con una notita que iba leyendo en alto las explicaciones que algún visitante a Siena le anotó “y subiendo por la calle… giras a la sinistra, verás unas escaleras, y justo allí haciendo esquina, una tienda en la que hay unos quesos que te mueres” Mira para nosotras al escucharnos hablar español. “¿Os habéis enterado no?” “Cómo pa’ no señora, como pa’ no”. Risas. De estos encuentros se puede deducir que precisamente el italiano no lo practique aquel domingo diez, del diez, del diez. 

Al final, volvimos a casa en il train de las seis y media. Una vez en el centro de Florencia, vamos caminando por la calle del mercadillo, a la que puedes ir sobre las ocho o nueve y recoger perchas nuevas y cajitas por el módico precio de cero euros, y en la que íbamos con dichos accesorios, escuchamos un grito. Yo me hice la loca. Será algún dueño de algún puesto y quiere lo que es suyo. Al final se paran. ¡Era uno de los españoles de la guagua de Siena! Increíble, si lo que no pase en Italia. Hablamos un ratito y para casa. La verdad que ya apetecía. 

En definitiva, una ciudad que tachar de la lista de visitas obligadas en mi estancia en Italia. ¿Cuál será la próxima? ¡¡Verona!! ¡¡Allá vamos Julieta!!

domingo, 3 de octubre de 2010

Cambios.


El 1 de octubre del 2008  me desperté muy nerviosa pensando en todo el dinero que me había gastado en "el Centro" y en lo que supondría no aprobar, es decir, tener que esperar hasta Navidades. Ese día abrí la ventana y aunque sea raro en Lanzarote, sí, justo ese día estaba lloviendo... "no sé ni cómo se pone el limpiaparabrisas, voy a suspender…”
Bueno, al menos había que intentarlo, así que me llevó mi madre al examen, si todo salía bien, pronto sería yo la que la llevase a ella (o al menos eso pensaba en ese momento). Tuve que esperar a que se examinasen cuatro personas delante de mí, de las cuales dos suspendieron nada más subirse al coche (poco alentador). Fui la última y esperaba correr con la misma suerte, sobre todo teniendo en cuenta la rebeldía de mi pierna izquierda durante el estacionamiento.
Pero no, aprobé. ¡Aprobé! Pero lo importante, es que esos nervios que tuve hace dos años cuando me subí al coche con el examinador, fueron los mismos que sentí al reunirme para firmar mi primer contrato de alquiler. Y en esta ocasión, también puedo decir que aprobé. Ahora vivo en Florencia en un piso más grande de lo que nunca había imaginado y no puedo conducir. Así es la vida. Cambio tras cambio. Todo es acostumbrarse. Y a lo bueno uno se acostumbra rápido. 
Mi habitación

lunes, 27 de septiembre de 2010

¿Habemus pisum?

Harta de pensar que no encontrarás nada de lo que esperabas te vas a una inmobiliaria, lo mejor que hemos hecho. Un Mauro muy agradable te atiende y te enseña pisos ese día. Son las 4 30 de la tarde y te va a  enseñar el último appartamento mientras tu esperas que te guste, que sea amplio y bonito.
Pues sí, eso es lo que pensé nada más abrir la puerta. Genial. Un piso genial.
"El porche"
Pues a ver mañana, espero que aunque en el Porcellino no conseguí colar la moneda dentro, ¡tengamos suerte! (además, me faltó muy poco).

domingo, 26 de septiembre de 2010

A la búsqueda de piso


El segundo día miras todos los anuncios que hay colgados en la ciudad, compras la tan famosa Pulce y llamas toda emocionada a todos los pisos asequibles y cercanos. “No la alquilo 9 meses”, “Sería a compartir con tres personas más”, “Ya está alquilado” son las frases que más escuchas ese día. Un poco de decepción, pero te sientes optimista. Encontrarás algo perfecto, acogedor. Visitas un piso, piensas que es lo más cutre que has visto en la vida y le dices a la casera “nos los pensamos y ya te llamaremos” y piensas por dentro (sí, seguro). Ahora a esperar al lunes a ver que se cuece. 

PD: Io voglio un appartamento !!

Por fin, Florencia

Escribo desde el hostal más raro en el que me he quedado nunca, donde la casera es una mezcla de un dibujito animado y algo extraño, pero dentro de lo que cabe no está mal y nos pilla muy céntrico.  Ya que no he podido escribir antes explicaré el por qué.

Día 21, antes del viaje.

Todo iba sobre ruedas, como ya comenté habíamos comprado el billete Sevilla -Pisa y lo único que rondaba en mi cabeza era elegir de qué prescindir para no pasarme de los 20 kilos que ryanair te da de límite para que luego no tengas que sacarte el ojo en el mostrador de facturación. Esa tarde decidí salir con mi madre a hacer los últimos recados, sacar el billete del barco, imprimir las últimas fotos, meterte en el Corte Inglés a probarte millones de pantalones, buscar unas botas negras, y merendar un sandwich muy rico. No me llevé el móvil por lo que mientras yo estaba por ahí la mar de contenta, en la resi, había sonado un mensaje “Ryanair cancelled”, y yo sin saber nada. Cansada de caminar, abro la puerta de la habitación  escuchando como una banda sonora mi tono de llamada. Un fijo de Ceuta que no tenía grabado.

-“Diga”
-“Tia, no sabes lo que ha pasado” “no estás en casa no”
-(es Sandra, a ver si de una vez grabo su fijo en el móvil) “¿qué pasa?”
-“Me ha llegado un e-mail de ryanair cancelando el vuelo”
-¿QUÉ?
-“Me ha llegado un e-mail de ryanair cancelando el vuelo”
-“No, si te había oído, pero es que no puede ser verdad…”
Todavía no puedo describir lo que pensé y sentí en ese momento, me cagué en todos los controladores franceses, en ryanair, en mi misma por haber elegido justo ese día para volar… en la segunda fase pensaba en que había que rehacer todos los planes que llevaban hechos meses, en unas pocas horas, y en la tercera, reía por no llorar. “Ya lo solucionaremos”
Después de 4 horas todos reunidos, decidimos coger el barco al día siguiente, como estaba previsto, ir a Málaga en coche, y coger el ave hasta Madrid. Allí nos recogerían mis tíos y dormiríamos en su casa, hasta la mañana siguiente que un taxi nos llevaría al aeropuerto. Desde Barajas salía el vuelo a la 13:25 hasta Milano, donde deberíamos coger un tren hasta nuestro destino final: FLORENCIA. Y así fue, (bueno, en parte).

Día 22, parte del viaje.

Barco, coche y ave. Todo perfecto. Paseo por Madrid y a dormir.

Día 23, parte del viaje.

Barajas. En la cola de facturación de Easyet (cambiamos de compañía, lógico) nervios  por si la maleta pesaba más de la cuenta. Primero Sandra. 20 kilos. Uff. Sonrisas. Después yo,  nervios, no quería soltar 20 euros por la cara. 20 kilos. Más sonrisas. “Si lo llego a saber, peto la maleta, mis botitas marrones en Ceuta, chacho”. 

Y siguiendo la rutina de los aeropuertos, después de facturar, el temido control, quítate el cinturón, el reloj, las botas, camina por el suelo frio, saca el portátil de la maleta donde hay un verdadero Tetris, pásalo por la cinta, mientras el pantalón se va cayendo poco a poco. Ala, por fin. No pita. Coges todas tus cosas que no son pocas y a vestirse de nuevo. De repente, un policía detrás de ti, “perdona, señorita, ¿puede acompañarme?”  Y tú toda roja, pensando en que habrá pasado. “Abra la maleta” (Nooooooooo,  no puede ser, ahora que estaba todo dentro. Haces un recuento mental, no llevo nada raro. El secador en su máquina parece una pistola, te ríes y se lo dices “es un secador” pensando que ya podrías volver a jugar al tetris y en lo cómico de la situación. Pero no. No era el secador lo que llamó la atención. “¿Líquidos, agua, colonia, desodorante, mascarilla, productos para echarte antes de plancharte el pelo?” Te sorprendes de que un policía sepa tanto sobre productos capilares cuando está calvo. “No, señor, no llevo nada de eso”. Al final descubren lo que es. Un sandwich. No me lo podía creer. El sandwich que la tía se empeñó en hacer y en que nos llevásemos,  que al principio iba a ser de jamón ibérico y terminó acabando en un sandwich mixto de toda la vida, pero muy bueno, eso sí. 15 minutos más tarde, cuando consigues introducir todo medianamente bien en la maleta, buscas la puerta, te acomodas y esperas que salga el vuelo a la hora. 4 horas después de eso, todavía seguías esperando a que saliera de una vez. Incluso una vez en el pasillo que lleva al avión, todavía esperas entrar al avión. Casi. Casi lo consigues. Pero claro, no iba a ser tan fácil. Para atrás de nuevo. Cola de la izquierda y cola de la derecha. Una bolsa de 3 kilos de cortezas rota en el piso. ¿Y eso, no entiendo? Mientras esperas, te enteras que una china pagó exceso de equipaje para poder llevarlas, y que finalmente tuvieron que quedarse en tierra. 3 kilos de cortezas. Otra cosa que no entiendes ese día. Volvemos a repetir la historia, entregamos el  billete ya roto a la azafata, pasamos y por fin, si, estamos dentro del avión. Escoges tu sitio, despegas y aterrizas. 

Lo más simple de todo el viaje. Aeropuerto de Milán o Milano, como quieras. Guagua a Milán central. Lamentas que esté tan lejos porque sabes que no llegas al último tren, otra vez, “me cago en los controladores franceses, Sarcozy ya podría expulsarlos como a los gitanos”.  Pues nada, a soltar 80 euros a un tal Andreolo de 4 estrellas y a dormir. Madrugar para coger el tren y por fin, después de dos días de viaje, al tercero, pisamos suelo florentino. El primer pie que lo tocó fue el derecho, a ver si sirve de algo. 
Pues eso, de ese modo llegamos a Florencia, buscamos el hostal y nos echamos a andar a las calles. Esto es precioso, lo sabes nada más llegar a la estación. Al salir, ves un montón de bicis y tú ya quieres una. Te sientes una de esas guiris que va por Fariones sin entender ni papa de español pero saben decir tortilla, fiesta y guapo. Pues tú igual, va bene, prego y ciao, pero todavía no sabes en qué momento utilizarlos,  aquí los usan para todo.

El primer día te recorres la ciudad ya sea buscando algo, o perdida por sus calles mirando todo. Y de repente, das con il Duomo. Imposible ver la cúpula desde lejos y no acercarte a verlo.  Unas cuantas fotos y a seguir localizando sitios. Ves la facultad, enorme, bonita y muy limpia, una pena que no se pueda decir lo mismo del callejón en donde está. Pero claro, no se puede pedir todo. En realidad todo te parece que tiene su encanto, será la novedad. Esperas que esa sensación se prolongue nove mese.

domingo, 12 de septiembre de 2010

:D


Después de casi un año de reuniones en las que los que deben aclararse y aclarar no lo hacen, de papeleo, de hablar con los coordinadores, de más papeleo, de enviar millones de e-mails (que no entiendes), de más papeleo, de meterse en todas las redes dedicadas al Erasmus habidas y por haber, de más papeleo, de buscar todo tipo de información, de contactar con muchas personas, de leer experiencias y consejos de la gente, y por último y como no, de más papeleo, puedo afirmar que tengo un billete rumbo Pisa. Sí, me voy de Erasmus. Nueve meses a Florencia es todo lo que se de momento. Todavía no me lo creo y de hecho, hay momentos en los que lo dudo, pero parece que sí, que me esperan nueve meses de lo más moviditos.