martes, 25 de octubre de 2011

Baloo.

Me parece increíble que la última entrada sea del 27 de mayo. Ha llovido tanto desde entonces que ahora mismo no sabría por dónde empezar. En resumidas cuentas podría decir que terminé el erasmus, terminé la carrera y ahora estoy metida de lleno en otra aventura y en otra ciudad. Pero como resumir no era la tónica de este blog, haré un gran ejercicio de memoria para intentar relatar los últimos días de mi estancia en Florencia. 

Después de los últimos viajes, seguía acudiendo al “Baloo” a realizar las prácticas. Y por las tardes me encerraba en la habitación a leer ya que para mis exámenes de junio me habían mandado entre todos los profesores cerca de dos mil hojas en italiano. Como siempre hago en estos casos, me dividí la tarea para poder acabarla a tiempo, pero el agobio pudo más y terminé en mucho menos de lo que me esperaba, aunque para ello tuve que sacrificar ciertos viajes o ciertas quedadas. Pero está claro que en una situación así te decantas por lo que más te conviene.

Los días fueron pasando, seguro que con alguna anécdota que ahora, por desgracia, se ha perdido en el camino. Así, llegamos al 13 de mayo. El día en el que Sandra y yo terminamos las prácticas. Era un día alegre pero a la vez amargo. Les llevamos una “torta” a cada grupo que los niños disfrutaron sin entender muy bien a qué correspondía dicho detalle. Normalmente la comían cuando era el cumple de algún otro niño, pero ese día no. Simplemente era el modo de agradecer tanto a los pequeños como a los mayores, el cariño con el que nos trataron y los buenos ratos que nos hicieron vivir.

Dicen, que en magisterio, cuando haces las prácticas, solo hay dos opciones: o terminas la carrera del tirón porque es algo que te encanta y has corroborado que hiciste bien años atrás eligiéndola, o directamente no sabes dónde meterte. En mi caso, fue lo primero aunque en ese momento no lo sabía. Solo supe que sí. “Hiciste bien en cambiarte.” Y agradeces que tus padres no te dejaran perder un año, que aunque para ti fuera duro al principio, más de lo que debería haber sido, nada de lo que estás viviendo en ese momento hubiera pasado si ellos se hubieran desentendido y me hubieran dejado hacer lo que en ese momento quería, que era huir y no enfrentarme a algo que en esa época veía terrible. Y sí, es cierto que me perdí muchas cosas, que mi vida universitaria no ha sido como la de la mayoría, o que podría haber estado mejor, pero lo que realmente cuenta a día de hoy, es que con mis más y con mis menos, terminé mi carrera, y no solo eso, sino que junto al título me llevo una experiencia inolvidable que bien es cierto otros universitarios no tendrán. En definitiva, no tengo derecho a quejarme. Aunque bueno, eso ya lo sabíamos con solo leer el título del blog.

Volviendo al 13 de Mayo, ahora ya puedo asegurar que fue el último día que vería a Martino, un renacuajo que con apenas dos años cantaba el himno de Italia como podía. Una personita chiquitita por fuera, pero con un gran corazón que daba todo el amor y cariño posibles a sus compañeros y maestras. Pero sobre todo, siempre le recordaré por aquélla simpática manera que tenía para manifestar su felicidad. Daba botes, primero levantaba la pierna izquierda y luego la otra, así durante un rato, y todo ello decorado por una sonrisa  pícara que cuanto menos, te sacaba otra a ti. También sería la última vez que Lorenzo, uno de los pequeños, me alegraría la mañana al darme un abrazo de buenos días. O la última vez que nos reiríamos al mirar a Marlene, una niña francesa con los pelos muy rizados, que no hablaba ni papa de italiano. Las frases que más sonaban a su alrededor eran “oh la la” y “la pupé”. Por otro lado, la revoltosa de la clase, Tessa, no se me tiraría encima más para que la levantara por los aires ya que pensaba menos que una pluma. Así podría pasarme el blog entero. Cada niño era especial y eso se ve reflejado en que hoy, a 25 de octubre, todavía me acuerdo de ellos como si fuera ayer. Pero al fin y al cabo, todo en la vida tiene un final, y este fue el de mis prácticas.


viernes, 27 de mayo de 2011

San Gimignano

Últimamente me ha invadido el espíritu viajero. Siempre he sido de estudiar los últimos días antes del examen y como ya tengo todo hecho tengo un poco de tiempo libre hasta el día uno. Así que mirando en mi ya tan visitada página de trenitalia, vi que un billete a San Gimignano costaba cinco euros y tardaba una hora, por lo tanto, podríamos ir y todavía seguir aprovechando el día para hacer otras cosas. No había nada más que decir ni que pesar, simplemente preparé la mochila con mi cámara, una botella de agua y la cartera y nos fuimos a la estación. 

Allí coges un tren con dirección Poggibonsi y en esta estación coges un autobús a San Gimignano. Tarda muy poco y además, el viaje deja entrever aquello de lo que vas a disfrutar en unos minutos. Unas vistas espectaculares y un pueblo encantador.

Nada más bajarnos, sabíamos que ese sitio nos dejaría un buen sabor de boca (y eso mucho antes de saber el pedazo de chocolate que nos compramos). El pueblo es chiquitito y todas las casas y edificios son de color tierra, adornado con flores y hojas verdes, pero ninguna casa es diferente al resto. Calles estrechas y anchas, cuestas y escaleras, plazas y calles principales, y sobre todo, muchos arcos, constituyen el pueblo.
La Toscana.

Pues así, caminando y caminando terminas con tu visita y emprendes el camino que te llevará a tu casa. Mientras veníamos de vuelta, mirando estos paisajes -esos que siempre veía en los libros de texto con una leyenda debajo que ponía "La Toscana"- no podía dejar de pensar en el año que he vivido, en los sitios que he visitado, en las personas que he conocido y en el idioma que estoy aprendido. La frase "Be erasmus" que decidí para mi blog, aún cuando todo eran espectativas y no realidades, refleja bien lo que pienso en la etapa final de mi erasmus. Quien tenga la oportunidad que se vaya sin dudarlo porque el balance al final del año siempre va a ser más que positivo.

Escapadita a Fiesole

Y de repente te das cuenta. Todavía queda más de una semana para tu primer examen. Esto de no saber en qué día vives te ha jugado una mala pasada, podrías estar ahora mismo en algún pueblito de la Toscana que tanto te gusta. Y entonces te dices: ¿dónde puedo ir más tarde de las dos de la tarde? ¿Vamos a Fiesole? Entonces algunas personas deciden que también se apuntan y te vas. Por tanto, otro sitio al que llevaba tiempo queriendo ir y que ya he quitado de la lista. 


Fiesole es un pueblito alto desde el que se ve toda Florencia a lo lejos y solo por ver esas vistas merece la pena. Además, se llega en autobús en unos 20 minutos y con un billete normal. Así que nada, una postal más colgada en la pared y un recuerdo más para mi blog.

jueves, 26 de mayo de 2011

Más cosillas.

Otra vez se me han acumulado las cosas que contar. Sé que siempre prometo que iré día a día, pero claro, al final te lias y te lias, y nanai. Así que hoy contaré el viaje a Cinque Terre que nos pegamos el Sábado pasado. ¡Qué maravilla!

La tarde anterior nos fuimos a comprar unos gorritos con la intención de protegernos un poco más del sol, y yo, aunque temía que quizá no nos los pondríamos (daban lluvias) iba toda ilusionada porque iba a ver el mar después de casi medio año. Algo increíble en mí. 

El día comenzó realmente temprano aunque seguramente nuestros ojos y nuestras cabezas se despertarían más tarde. Cogimos nuestro tren en nuestra ya tan vista Santa Maria Novella (¿Cuántas veces habré ido ahí?). En el tren un par de charlas, unas risas a costa de mi no-ritmo y unas cuantas fotos. Después de una hora y media llegamos a "La Spezia", pero ese no era nuestro destino final. Una vez allí tienes que dirigirte a los cinco pueblitos marineros que componen "Le cinque terre". Una vez que te vas a subir en el tren, ves que hay muchas personas que tienen la misma intención que tu, por lo tanto, echas de menas aquel oficio de empujador de personas en los trenes de Japón, ya que el tren va tan petado que como mínimo, acabas tu en una punta y tus amigos en otra. Pero como son tan pocos minutos y vas tan entusiasmado da un poco igual.

Finalmente llegas. Y la primera visión ya hace que te sientas bien, que exclames todo el rato ¡qué bonito! y que te acuerdes de todas las personas que quisieras que vieran eso, en ese mismo momento. Una cala abrazada por montañas verdes. Agua cristalina. Calma. Relax. Conclusión: Primer baño del año. 

Después de disfrutar un rato en esa primera playa, (para mí, la mejor) pones rumbo a ver el pueblo y cada vez te sorprende más. Tiene algo especial. Y así fue todo el día. Cogiendo trenes (sin convalidar el billete) y andando por todos los pueblos, subiendo y bajando cuestas y escaleras, viendo vistas increíbles, haciendo muchas fotos, y bromeando todo el rato, desde bailes en mitad de la carretera hasta chicas ¡el gorro!, y las tres tontas con la mano en la cabeza por si se nos volaba. También fue un día en el que abundaba el decir ¡qué calor! de todas las maneras posibles, fa caldo, me aso, me estoy achicharrando y no sé cuantas más.

Y así, poco a poco, llegamos al final del camino, no sin antes subir más de 300 escalones, aunque al menos allí te recibe un cartel donde pone "Complimenti" que hace que te sientas un poco mejor. Pero lo realmente gracioso de esa parada fue el estar caminando dirección la estación y ver el tren pasar. ¿Llegaremos a tiempo si corremos? En un momento de locura grito: ¡Correeeeeeer! Y a los cuatro pasos yo ya me había parado... pero la intención es lo que cuenta. Al final tuve que volver a correr y llegamos. Bueno llegamos los cuatro, que vimos como Sandra llegaba apurada con su look primavera-verano de exploradora. 

Y claro, el final del viaje tuvo su guinda cuando vimos aparecer al revisor del tren. Vaya. No habíamos ticado el billete, pero no por nada, sino porque nos habíamos confundido al comprarlo y no lo habíamos estado utilizando así que ya íbamos del tirón. El caso es que como al menos si teníamos los billetes, el hombre decidió que le pagásemos un par de paquetes de papas, con cinco euros entre tres. Así que, dentro de lo que cabe no está mal. 

Después nos esperaba la vuelta, camino La Spezia y finalmente Firenze. Que nos recibió con el mismo calor al que nos está acostumbrando últimamente, y que por si no lo saben, es mucho. 

Pues bueno, este es un piccolo riassunto del primer viaje a la playita en Italia (al menos en el que hiciera un tiempo increíble). Lo recomiendo a todo el mundo, porque es espectacular.

lunes, 16 de mayo de 2011

Visita tras visita...


Soy una de las pocas personas que conozco que cuando oía a amigos y amigas hablar de catarros, de otitis, de faringitis, de bronquitis, de vómitos o de migrañas constantes, así como visitas asiduas al médico siempre me quedaba callada porque no tenía anécdotas que contar. Nunca he sido de ir al médico, y cuando he ido ha sido en caso muy puntuales. Pues, ha dado la casualidad, que en Florencia he ido como unas seis veces en un mes y medio. 

Aquella vía del Malcontenti,número 6 que al principio del erasmus me costó tanto encontrar, ya me la conozco perfectamente. El caso es que al empezar las prácticas me puse mala y aún no me he recuperado. Pero no pongo esta entrada con la intención de hacer mi parte médico público, sino con la intención de dar a conocer los problemas por los que pasa una al ir al médico y los derechos que tiene. 

Seis visitas señores. Seis, ni una más ni una menos, han sido necesarias para que una buena samaritana me dijera que al rellenarme la receta por un lado concreto, no debía pagar los medicamentos en la farmacia. ¿Por qué ninguno de los otros me lo había dicho? No lo sé. No sé qué es lo que ganan ellos la verdad, pero es indignante. 

Y por otro lado, están los que te cobran la consulta y los que no. Tengo que decir, que cada vez que vas, y a parte de mis seis veces también he ido a acompañar a otra amiga, nunca ha coincidido el mismo médico. Deben ir una vez al mes cada uno, porque sino no me lo explico. El caso es que alguno te da la receta casi sin haberte explicado qué es lo que tienes, y te suelta, quindici. Y ala, a soltar pasta. ¿No nos dicen que nos hagamos la tarjeta sanitaria europea para no tener que pagar? Pues no entiendo nada. Por más que se los expliques, que les enseñes el codigo fiscal, acabas apoquinando (menos yo, que no he tenido que pagar ninguna, aunque todavía no se cómo lo he hecho).

En definitiva, que espero que no tengaís que ir mucho al médico, pero si lo teneís que hacer, pues al menos saber con lo que os vais a encontrar e ir preparándoos.Podeís llevar impreso las características de la tarjeta sanitaria europea, o guardar todos los recibos por si en España os devuelven algo. 

Aunque, si cuando llamáis al taxi os viene a buscar éste, con caramelitos en el asiento y cerditos de peluche, te puedes echar unas buenas risas por mucho dolor de garganta que tengas.


Pues eso, otra aventurilla más para mi blog, ¡ya contaré más cosas!

martes, 26 de abril de 2011

¡Mi visita en Semana Santa!

¡Hola de nuevo! Hoy, mi último día de vacaciones antes de volver a retomar las prácticas me ha dado por aprovechar el tiempo libro y plasmar algunos recuerdos.

Hace una semana y media, todavía había una cuenta atrás que comenzó el mismo día en que supe que me venía de erasmus. Ya sabíamos que vendrías pero no cuando. En esos días me tenía que despedir de mis amigas erasmus ya que volvían a España por semana santa, mientras yo me quedaba esperando a mi visita. Las ganas de estar aquí con vosotros y enseñaros lo bonita que es la ciudad en la que vivo eran muchas, pero claro, el destino quiso que la ilusión se mermara un poco al pasar por una bronquitis por primera vez en la vida. Al final, fue posible el iros a buscar a Pisa, eso sí, con todas las pastillas en el bolso. Se podría decir que ahí comenzó nuestra aventura. 

El plan era que yo iría primero al hostal de Pisa a coger las llaves y luego al aeropuerto a buscaros. Así que hice mi maleta y me fui a la estación, cuando llegué, mi tren se fue en mis narices, así que la cosa ya empezó un poco mal. Una vez en Pisa, compré un mapa (no se ni para qué, ya que la zona del hostal ni siquiera salía) y empecé a caminar. Después de dar varias vueltas y llegar a la estación de nuevo, decidí ir por un pasadizo de la misma. Ahí pensaba que ya estaba cerca pero al ver varias "pintas" y asustarme, decidí volver al principio y coger un taxi. (Al día siguiente, me daría cuenta de que estuve a puntito de encontrarlo). Así llegué al hostal. Como ya era tarde, decidí no ir al aeropuerto y aconsejé a mi visita que se cogiera un taxi. Pasaron las horas, sabía que su avión había aterrizado, pero ellos nunca llegaban. Decidí dormirme. Cada dos por tres me despertaba y les llamaba. "Estamos caminando por ahí" o "hemos hecho una pausa para comer" era todo lo que recibía. Les eché la bronca por no coger el taxi ya que yo sabía que se iban a perder. Mientras tanto ellos, casi llegan caminando a Florencia, hasta que por fin me hicieron caso y a las tres y media de la mañana recibí el toque que significaba que estaban en la puerta. La alegría de verlos hizo que el mosqueo por no haberme hecho caso se desvaneciera. ¡Por fin estaba con mi visita! Después de hablar un ratito, como a la mañana siguiente teníamos que madrugar, decidimos acostarnos. 


La patada.

A la mañana siguiente vimos Pisa, bueno más bien, lo que son los cuatro elementos que no puedes dejar de ver si estás en esa ciudad. Nos hicimos las fotos correspondientes, incluso saltamos alguna vaya de las que nos echó con un pito un policía bajito y gordito que no imponía nada. Estuvimos un rato admirando la torre y a la multitud de japoneses haciéndose fotos y al poco tiempo estábamos en un tren con destino Florencia. 




Una vez en Firenze, dejamos las cosas en casa y comimos un bocadillo de tortilla (muy buena por cierto jajaj) y yo me fui a la facultad mientras ellos se quedaban descansando. Cuando volví, dormimos un poco y nos preparamos para darnos una buena caminata. Ese día vimos Florencia casi entera, primero la plaza de San Marco y la de Santa Annunciata, para ver el Duomo desde un lateral e ir caminando hacia él, después de las correspondientes fotos en Santa Maria del Fiore, y la puerta del paraíso, seguimos caminando por la plaza de la República observando su famoso tiovivo. También nos acercamos a la plaza de la Signoria donde nos hicimos varias fotos con la réplica del David. Unos metros más adelante nos pararíamos en el Porccelino dónde la moneda de Iván le dio suerte, y la de Guetón se quedó a medio camino. Finalmente, llegamos a nuestro destino que era la calle de joyerías más famosa del mundo, la del Puente Vecchio. Después de ver el atardecer desde el puente, decidimos acercarnos a mi heladería favorita donde el helado de biscotto triunfó y de paso a Santa Croce ya que quedaba cerca. Y así fue como vimos Florencia en una tarde. Para rematar el día, fuimos caminando hasta el mirador de Michelangelo donde pudimos apreciar Firenze en todo su esplendor. Como yo estaba mala y tenía frío, a pesar de tener un pañuelo por toda la cabeza y cuello, decidimos correr al ver la guagua pasar y así acabamos en la estación de nuevo. Este es el resumen del primer día en Florencia, que la verdad, dio para mucho.

Mirador
Desde el Duomo.
 El segundo día estaba planeado para subir a la cúpula del Duomo y entrar en la galería de la Academia para ver al David de verdad. Después de una cola de una hora, y 463 escalones, subimos el Duomo y disfrutamos de unas vistas impresionantes. Varias fotos, y varios comentarios admirando a una pareja de ancianos que habían subido las mismas escaleras que nosotros que acabamos asfixiados decimos bajar. Mientras tanto yo no podía dejar de pensar en la comida de "Il Pirata" a dónde les llevaría a mangiar. ¡Qué rico!



La digestión la hicimos en la cola de la Academia, donde estuvimos cerca de dos horas. Cuando llegamos a la sala del David hicimos algunas fotos a pesar de que el "No photo, allooooora" fuera el coro de esa habitación. Después de ponernos un poco de mal humor por los gritos insoportables de aquellas dos trabajadoras salimos a la calle. Un paseo por el mercado mirando futuros regalos, y para casa. Y así se terminó el segundo día. 

Al día siguiente, miércoles, yo tenía un examen a las 2 de la tarde, por lo que les dije a los chicos que aprovecharan ese día para viajar a Módena, al museo de Ferrari. Salieron un poco tarde de casa mientras yo repasaba mi verbalización y pensaba que quizás no les daría tiempo de coger el tren. Hice tiempo hasta la hora del apello, donde seguí haciendo tiempo mientras esperaba mi turno. Finalmente, saqué mi primer ottimo en Italia, así que las cosas no podían ir mejor durante esta semana. Volví a casa tranquila y esperé para ir a la estación a recoger a los chicos. Volvimos a casa mientras me contaban su aventura, sobre todo porque al llegar a la estación no encontraban la máquina para ticar los billetes y fueron preguntanto por ahí mientras corrían "la yellow machine?" aunque al final lo consiguieron. Una vez en el piso preparamos la maleta de nuevo, ya que el Jueves y Viernes Santo lo pasaríamos en Roma.

Madrugón. A las 6 de la mañana estábamos en pie. Algo que no impidió que ticaramos el billete a las y cuarenta, mientras el tren salía a y 43. Por los pelos, pero lo conseguimos. Una vez en Roma Termini buscamos el hostal. Soltamos las maletas y nos echamos a andar. Hicimos la ruta que hice yo la primera vez que estuve en Roma ya que me parecía de lo más acertada. Después de ver un órgano gigante en una Iglesia, y los techos de oro de otra, nos dirigimos a la zona del Colosseo. Primero el palacio Venecia, después el gran coliseo, y posteriormente el circo romano. Yo ya llevaba un ratazo con hambre, y como me acordaba de dónde estaba el burguer king, decidimos ir. Fue salir del metro y verlo en frente (pura potra). Así fue como llegamos a la plaza del Popolo y cómo vimos a un Michael Jackson bailando en mitad de la piazza con grandes temas y un gran coro de gente animándole. Seguimos nuestra ruta buscando la competencia del burguer, para que comiera Guetón, y llegamos a la Plaza de España, dónde me pusieron en la mano una flor diciendo que era gratis y después nos persiguieron para que pagaran. Devolví la flor y no hubo más problema. Al fin encontramos el Mc Donals, donde nos pedimos un helado en donde después Iván metió la cara. Seguimos callejeando hasta llegar a la Fontana di Trevi. Encontramos un sitio muy chulo para hacernos fotos sin que saliera mucha gente. Fue allí donde regateamos con uno para que me vendiera una pistola que echaba burbujas. Al final, después de unas risas y que nos diera las pilas de manera clandestina mientras huía, sólo me costó tres euros. Al vernos con eso en la mano, sus compañeros se acercaron ya que pensarian que éramos clientes potenciales. Concretamente se acercó uno con unas bolas chiquititas a las cuales se les da forma. El momento fue muy cómico ya que a nosotros no nos interesaba y ni siquiera intentábamos regatear, por lo que él, lo hacía sólo. Empezó tres por dos euros cada una (por España claro), después bajó a un euro, y finalmente, tres bolas por dos euros, y la última oferta, tres por dos euros, y una gratis. Nosotros sólo nos podíamos reír mientras decíamos que no estábamos interesados. Nosotros seguimos nuestro camino y acabamos en el Panteón, donde estrené mi pistola de burbujas. Después de descansar un ratillo, decimos volver al Colosseo ya que también queríamos verlo de noche. Tanto el palacio Venecia como el Coliseo, me encantan, pero sobre todo de noche. La verdad que son impresionantes. Nos hicimos varias fotos, incluso creamos tendencia, ya que al ponernos en la mediana de la carretera para fotografiarnos, empezaron a venir más y más turistas con las mismas intenciones que nosotros. Después de llevarme dos sustos por el mendigo del Colosseo me volví a subir en la papelera de la otra vez y nos hicimos varias fotos. Algo que hubiera estado mejor si yo no hubiera sido tan lista de dejarme la parte esencial del tripode que llevábamos en la maleta, en Florencia. Pero bueno, no nos podemos quejar. Y así fue como vimos Roma en un día y cómo nos reventamos tanto que a las 11 ya estábamos durmiendo plácidamente en nuestro querido hostal.

Palacio Venecia.

Al día siguiente, Viernes Santo, nos esperaba El Vaticano y la Capilla Sixtina. Tuvimos mucha suerte porque para ninguno de los dos tuvimos que esperar cola, y tanto al salir del Vaticano, como del Museo, había una cola infinita. En el museo los chicos por fin amortizaron su carnet de estudiantes, mientras yo asustada pensaba que tenía que pagar 15 euros. Pero después de darle varios carnets me hizo el precio reducido. Después fuimos a comer, pasta, pizza, papas fritas y ensalada, una mezcla un poco rara, pero buena y económica. Más tarde estaríamos de nuevo en el Coliseo, ya que Guetón quería entrar, aunque se quedó con las ganas porque ya estaba cerrado. Y así fue como yo propuse volver a Florencia esa misma tarde ya que era una tontería pegarse el madrugón a la mañana siguiente si ya no teníamos nada que hacer. Así que eso hicimos. A las seis y media de la tarde ya estábamos subidos en el tren con destino Santa María Novella. Empezamos jugando a los personajes, primero a Guetón le costó un buen rato adivinar el suyo (el indio que nos regateó en la fontana) y después nos pegamos casi una hora para que Iván adivinase el que le puse (Caperucita Roja). Pero lo importante es que nos echamos las risas con el: "Si no es blanco, ni negro, ni amarillo, no se de qué color puede ser", o con la carita de Iván mientras decía "Es que no conozco ninguna historia de una niña, una abuela, y un lobo". A este juego le siguió la baraja. Y de un momento a otro, casi sin darnos cuenta, ya estábamos en Florencia. Yo sólo pensaba en la ducha que me daría ya que en el hostal decidimos no meternos ahí porque creo que era menos higiénico que no ducharse. 

Jardines de Boboli.
A la mañana siguiente, ya era Sábado. Último día. Fuimos al mercado para hacer las compras pertinentes, luego a comer, y al final a los jardines de Boboli, en el Palacio Pitti, dónde me peleé con la del mostrador por no dejarme pasar gratis, cuando yo estaba en mi derecho. Al final, me dejó el pase gratuito como haciéndome un favor, pero más vale eso que nada. Allí dentro, subimos y bajamos muchas cuestas y escaleras, nos hicimos muchas fotos, y al ratito salimos. Cómo estábamos reventados decidimos ir a mi casa y hacer tiempo hasta cenar. Allí aprovechamos para hacer las maletas y dejar todo preparado para el día siguiente. 


Nuestra última cena fue en el buffet del pirata, después otro paseo para la estación para comprar los billetes de Pisa, que por cierto, ¿cuántas veces fuimos a la estación en una semana? Siempre una por la noche para mirar billetes, y otra a la mañana siguiente para irnos. Si es que somos muy listos y nunca lo hacíamos de una vez. Pero bueno, así dábamos paseítos por suelo fiorentino. 

Y así, llegamos al final del viaje. Me ha encantado esta semanita y ahora a coger fuerzas para terminar las prácticas, los exámenes y aprovechar los últimos dos meses en Italia.

martes, 12 de abril de 2011

Viajes...


Hoy, 12 de abril, hace ya más de un mes que no escribo. Sé que toda la culpa es mía, pero también me excuso en el Erasmus. Nunca antes un curso se me había pasado tan rápido, y ahora, aún, con dos meses por delante, siento que ya se va a acabar, por tanto, es muy difícil sacar tiempo y ganas para escribir.

Son muchas las cosas que han pasado desde entonces, pero como son grandes recuerdos, aún no las he olvidado. Empezaré por el principio.. Después de pasar los exámenes (todos aprobados) se sucedieron un par de viajes. El más inolviable, el de Venecia. El más necesitado, la vuelta a Las Palmas y el más improvisado, la visita nocturna a Siena.

Como me gustan las cosas ordenadas, empezaré por el primero, el viaje a los Carnavales de Venecia.

Todo empezó desde que sabíamos que nos veníamos a Florencia de Erasmus. " Ah! Pues en Carnavales podemos ir a Venecia! Qué bien!" exclamábamos sin saber, que al final se haría realidad. Lo cierto es que todo el grupo quería ir pero los días pasaban y pasaban y no se buscaba alojamiento. Sí, como siempre, dejando todo para el último momento. Un día, nos decidimos a buscar, y en ese momento, casi nos damos por vencidas. Todo muy caro o muy lejos. Pero al final, después de una reserva equivocada para otro mes, y de una "cancelación" por parte del hostal a un día de ir, nos vimos con las maletas subidas al tren y nuestro habitáculo para nosotras. El viaje en tren se hizo corto, nos lo pasamos bastante bien contándonos cosas las unas de las otras, ahora ya sé que el color favorito de Stefi es el naranja, o que a Patry le encanta ver el duomo mientras va caminando por Florencia. Y así, sin darnos cuenta, llegamos a Venecia. 

Nada más bajarte del tren y salir de la estación, te topas con Venecia en todo su esplendor. Un día de sol, mucha gente por las calles, y en frente tuya, un canal y varios puentes. Todo lo que habías visto en las películas es verdad. No paras de mirar las góndolas, a lo lejos, tan pequeñitas al lado de los vaporetos, las lanchas y los taxis. Mucho tráfico, como en las grandes ciudades, pero con una diferencia. No hay carreteras, solo agua, mucha agua. 

Después de las primeras fotos y cuando consigues cerrar la boca, te pones manos a la obra. Teníamos que coger el vaporeto para ir a dónde habíamos quedado con el chico del alojamiento. Él acudiría cuando nosotros lo llamásemos desde allí. Hasta ese momento nuestro viaje había trascurrido sin complicaciones, pero no todo podía ser tan bonito. El destino quiso que Estefania, subida ya en el vaporeto y asomada por la barandilla, escuchara un "plof". Se quedó mirando, sintiéndose con algo menos en el cuerpo, hasta que lo relacionó y se dio cuenta de que nada más comenzar la aventura, ya había hecho su pequeña aportación al Gran Canal de Venecia, nada más y nada menos. Bueno sí, algo menos, su móvil. Todos lamentamos su pérdida, y más aún cuando nos dimos cuenta de que el móvil se había llevado al fondo del mar el número del chico del apartamento. Pasamos unos minutos pensando qué hacer, qué solución había, cómo íbamos a contactar con él si no teníamos su número, cómo nos vendría a buscar si no sabría que habíamos llegado. Muchas dudas que alguien te callaba contestando: "naaaada, dormimos debajo de un puente, no pasa nada", (hombre, teniendo en cuenta que debajo de los puentes de Venecia, hay agua, algo si que pasa). Pero al final, nuestra querida Yai, nos sacó de nuestra incertidumbre, y sacamos los papeles de la reserva dónde venía el número de teléfono. Ahora ya podíamos disfrutar de nuestro primer paseo en vaporeto. 

Lo que sucedió a esta experiencia fueron más de treinta minutos esperando al dichoso hombre del apartamento, llamándolo cada dos por tres, y diciendo que no, que no queríamos comprar ningún bolso, cada cuatro por seis. Allí estábamos, rodeados de negros que no se daban cuenta que ya veníamos suficientemente cargados, que no nos hacían falta más maletitas, muertos de hambre, y viendo como se hacía de noche. Finalmente un hombre negro se acercó a nosotros diciendo mi nombre y tan pronto como llegó se fue. Dos palabras fueron suficientes para que todos nosotros saliésemos corriendo tras él. En este punto de la historia, yo, no entendía como había llegado tarde con lo rápido que caminaba. Cada vez lo veía más lejos y se camuflaba más en la oscuridad de la noche, hasta tal punto, que me salió del alma, el preguntarle a otro negro "¡ah! ¿eres tú?", que si era él, ya que no paraba de sonreírme al ver que yo pasaba de largo. Pensé que él se había parado y que al seguir embalada, le había resultado gracioso. Pero no. No era él. Lo único que obtuve por respuesta fue que le comprara un bolso. Menos mal, que ahí apareció Estefanía sacándome de mi ignorancia y diciéndome que el que yo buscaba estaba ya medio kilómetro más adelante, y que caminara rápido que se nos iba. Al final lo pillamos y después de varias horas en Venecia, conocimos nuestro hogar durante dos días. 

El fin de semana fue ajetreado, la primera noche sólo dimos una vuelta tranquilita para conocer un poco la ciudad. Nos dio la impresión de ser tranquila, incluso un poco tenebrosa por la noche. Pero todo estaba por cambiar. Al día siguiente, el sábado, nos levantamos pronto con la intención de conocer la mayor parte de Venecia en un día. Y así lo hicimos. Incluso tuvimos la oportunidad de subirnos en góndola, algo que ninguna de las cuatro nunca olvidará.

Pero a medida que nos íbamos acercando a San Marcos, había más y más gente. Se veían trajes de época y muchos turistas con máscara. Después de las típicas fotos con estos grupos, nos adentramos en el bullicio, y el primer sonido que escuchamos ¿cuál es? Pues unas sevillanas. En pleno carnaval veneciano, ves un coro y dentro un grupo de mujeres bailando con algún que otro olé de fondo. Después de esta agradable imagen inicial del carnaval, caminas hacia otro lado. No paras de ver gente, y colores por todos lados, caballeros de la mesa redonda, o jueces del siglo VXIII, así como un grupo de damiselas de la edad media, te quieres hacer fotos con todos, y practicamente, en eso consiste este carnaval. Es un ambiente diferente, mágico.

Al día le sigue la noche, y al turismo le sigue la fiesta. Y qué decir de esa noche, que nos volvimos a casa antes de la una, pero que cada vez que pienso en ella no puedo parar de reir. Miles de momentos destacables, pero me quedo con "Io ho pagato..." Os pongo en situación. Entramos en un sitio a comprarnos un panino para cenar. Yo pago y me salgo a comerlo con algunas de las chicas. Dentro se quedan otras dos. Al ver que no salen me da por mirar, y veo el panorama. Algo había pasado. Una está muy alterada y la otra me hace gestos de "puff, sácame de aquí." Al poco rato, la alterada se asoma preguntando si tenemos un panino, la respuesta es no. Ella vuelve para dentro, no sin antes tener que decirle a un payaso que tenía ganas de bromear, "aspetta, ora no per favore". Todo muy cómico. El hombre de la tienda, un indio, moreno de piel, estaba cada vez más blanco (frase legendaria de Venecia), y los clientes, hartos de la situación, querían que le diesen a la chica aquello que pedía. El problema era que había pedido varías cosas por las que había pagado y solo tenía una en la mano, que en el trascurso de la discusión se zampó. Al final, todo se arregló, ya que el indio, cansado del panorama optó por darle otro panino. Y así, al día siguiente, cogimos nuestro segundo vaporeto, y nos fuimos a casa, donde a las cinco de la tarde, comimos un buen plato de pasta.


jueves, 17 de febrero de 2011

Sobre los exámenes


A pesar de lo que se diga, el Erasmus no es solo fiesta. Como mínimo algún libro en italiano os tendréis que leer, molestarte por hablar con los profesores, y como último recurso, lloriquear un poco el día del examen. 

¿Cómo es el procedimiento del examen en Florencia?

Lo primero que tienes que hacer es apuntarte en internet al apello que quieras, donde veras la hora y el aula en el que se hará. Lo que sigue a esto, es lo peor. El leerte los libros que te hayan mandando y estudiártelos. Poco a poco pasarán los días y llegará el día E. El primero es el peor de todos porque por muchas historias que te hayan contado, tú no sabes qué suerte vas a correr. 

Llegarás al aula con algo de antelación y verás a todos tus compañeros italianos hablando de sus cosas como si no fueran a tener ningún examen en pocos minutos. Si el examen es a las nueve, el profesor o profesora, se hará de rogar, y aparecerá más tarde. Bastante más. De hecho, a mi me sorprendió que los italianos, al ver que eran y media, y nadie aparecía por allí, no se movían, ni se preocupaban, ni se alteraban, simplemente como si no fuera con ellos la cosa. En España, esa espera se resumiría en el grito a los cuatro vientos de dos palabras “¡¡APROBADO GENERAL!! Aquí no. Cuando por fin se digne a aparecer, tendrás que esperar tu turno para examinarte. Durante esa espera puedes entrar y salir del aula a tu bola, pero al final te llegará la hora. Te levantarás mientras recuerdas por encima todo lo que te sabes,  y te acercaras al docente. Un par de intercambios de palabras, como “oh, España”,  “che bella”, y al lío. La pregunta más recurrente a los Erasmus: “¿Qué recuerdas de este libro?” Aunque he de decir, que  yo tuve bastante mala suerte, ya que me interrogaron bastante en los dos que he hecho. Pero, los dos están aprobados, y mi nivel de italiano, no es gran cosa. Así que, es relativamente fácil aprobar. Por lo tanto, si esto era una de las cosas que te echaba para atrás, vente tranquilo. Al no ser que hagas alguna ingeniería, que por lo que estoy viendo, es un poquillo más complicado. 



En definitiva, todavía no he acabado mis exámenes pero espero tener la misma suerte que con los anteriores.

lunes, 14 de febrero de 2011

Un poco de ocio por Florencia.



Hoy toca hablar un poquito sobre las actividades de ocio en Florencia, la verdad que debe de haber un montón de exposiciones pero todavía no hemos a ninguna.

El año pasado un poco antes de la vuelta por Navidad, descubrimos una pista de patinaje sobre hielo. Es artificial y la ponen más o menos durante un mes desde diciembre a enero. Es picola, y vale unos cinco euros, creo recordar.

Pero la verdad que para pasar el rato con tus amigas está genial. ¡Y sobre todo si vas con alguien que nunca se ha subido en unos patines! Aunque esperábamos muchas más caidas.



 
Y dejando eso en el pasado, que fue hace ya dos meses, recuerdo ahora, un día más cercano. El pasado viernes, fuimos a la feria de chocolate de Santa Croce. Desde lejos ya ves la plaza distinta. No es la misma en la que has pasado tantas noches con la mitad de los erasmus de Florencia, ahora está llena de puestecillos, con vendedores de lo más variopintos. Está desde el que flipa al pagarle con un billete de 50 y las que no paraban de cantar diciéndonos que nos despertásemos. Lo que ellas no sabían, era que la mayoría de nosotras no había dormido prácticamente nada debido a los dichosos exámenes unas, y otras (yo) por algún trastorno del sueño todavía por descubrir. En la feria había todo tipo de chocolate, blanco, negro, de leche de toda la vida, de muchos tamaños y con diferentes formas, bolitas, bolones, cuadraditos, supercuadrados, con forma de plátano, de violín, de corazón, o de vaca lechera. Chocolate con forma de tuercas y fruta en palitos bañada en el chocolate que más te gustase. Todo muy dulce, y porque no decirlo, bastante caro. Pero mereció mucho la pena salir a despejarse, hacer algo todas juntas después de mucho tiempo, y no pensar sólo en los próximos apellos. Esta feria solo dura unos días y la verdad que no se si se repite todos los años, pero como ya lo sabéis, solo tendréis que daros un paseíto hasta Santa Croce antes de San Valentín.