miércoles, 26 de enero de 2011

Viaje a Livorno y visita inesperada a Pisa.

Playa de Livorno
Porque estando de Erasmus no puedes esperar nada con certeza, aunque si esperar mucho tiempo. Un día te levantas, (y no a la hora que tenías pensado precisamente) con la intención de ir a Livorno, ver la playa, comer, quizá ver la puesta de sol, y volver a casa no muy tarde por aquello de que anochece a las 5 de la tarde. Pero al final, todo sale al revés, no te suena ninguna de las cuatro alarmas que pusistes, sales en otro tren, la ciudad que visitas no es nada del otro mundo, y el frío que hace es increíble. Caminas y caminas, y casi podríamos decir que lo que más ilusión nos hizo fue ver un Stradivarius. Pero al final, después de andar durante un buen rato, llegas al mar, y te olvidas del frío, de la caminata, de que como suba la marea nos quedamos sin arena, del stradivarius y hasta de que tienes el mp4 encendido en la maleta. Al final, piensas que todo el plan que habías hecho no merece la pena y lo saboteas tu misma. ¿Por qué no nos bajamos en Pisa? Y así fue. Después de un buen tiempo pensando en sí se podría hacer eso o no, nos decidimos a llevarlo a cabo. ¡Menudo chollo! Dos por el precio de uno y varios simpas en guaguas con guagueros muy simpáticos. 
La Torre


De este viaje me quedo con el comer en la playa con ustedes, con los "¿te lo conté?" de Yaiza y mis "si, hace media hora...", con Nora hablando un perfecto italiano, con las carreras para subirnos a la guagua mientras se oía de fondo"que sí, que sí, que estoy segura, que es esta, subánse, subánse", y de nuestras caras a los pocos segundos al escuchar "esta va para el aeropuerto", nora y yo mirando agresivamente a Yaiza mientras ésta toda roja no paraba de reirse. Pero sobre todo me quedo con la primera imagen al pasar por debajo de la muralla y ver La Torre, con los otros edificidios, tanto blanco sobre verde.  Increíble.

Pisa
Otro viajecito más, y dos ciudades tachadas en el mapa. Aunque se que a una, volveré. ¿Cuál será?

A ponerse al día


Hace media vida que no publico nada y ya va siendo hora. Es lo que tienen las fiestas pasadas, que comes y comes pero no haces otra cosa. Un breve resumen de las vacaciones de Navidad, es que tuve muy buena suerte por un lado y mala por otra ya que no pude disfrutar de un espectáculo único. Esta vez no me toco a mí una de esas historietas para no dormir en la que cobran el mismo protagonismo una buena cantidad de nieve, un país colapsado, una red telefónica caída, y unos cuantos Erasmus queriendo volver a casa por Navidad, aunque por desgracia se quedara en el intento, o mejor lo digo en plural, porque muchos lo intentaron de distintas formas sin éxito alguno. Cada uno con su propia odisea personal haciendo noche en hostales, aeropuertos, cogiendo trenes y aviones que no habían ni pensado. Mientras tanto, yo ya estaba en Las Palmas a 24 grados, y comprándome unas deportivas porque con las botas no se podía ni salir a la calle. ¡Qué calor y qué contraste! En fin, que mis Navidades empezaron y acabaron muy bien.
Pero como todo en esta vida, todo tiene un principio y un final. Poco a poco pasaron los días y llegó el día de la vuelta. La verdad que con ganas porque en Lanzarote poca cosa quedaba que dieran ganas de quedarse. Lo único que echaba para atrás era la diferencia de temperaturas que iba a haber, por lo que ya me estaba mentalizando, hasta me compré una chaqueta en los últimos días. ¡Gracias mamá!
Llegó el momento de subirse al avión, menos mal que iba acompañada por Marcelo y sus amigos, cosa que hizo más ameno el viaje, porque la verdad que cinco horas en un avión de ryanair son un verdadero suplicio. Nada más subirte, y apurando al máximo la información sobre las medidas de seguridad, empieza la avalancha sobre los productos de a bordo. Que si comida y bebida, perfumes, lotería, y cigarros sin humo. Cutre. Cutre. No me extraña que les quepan tantos productos en el avión, si no te dejan subir ni con un mini bolso. Pero bueno, a veces te echas unas risas con las caras de las azafatas al ir ofreciendo lotería, o como ésta última vez, con el moño perfecto de una de ellas, y con la imitación de éste, pero muy mala, de otra de sus compañeras. “¿Cómo se lo hace?” “Se levanta a las cinco de la mañana sólo para peinarse.” Dudas existenciales que comentas con el señor Marcelo. Ya ves tú lo que dan de sí cinco horas.
Por fin aterrizas, y pisas suelo italiano, concretamente Bolonia. Todavía no has llegado a tu destino. Te acompañan a la estación hasta subirte a tu tren, la despedida, el desearse suerte para los exámenes, y cada uno a su ciudad.
Media hora más tarde, un abrir y cerrar de ojos, o unas pocas canciones en el reproductor de papá Noel, y ya estás en Santa María Novella. ¡Cuánto tiempo! ¡Qué poco frío! ¡Por lo demás no ha cambiado nada! Eso vas pensando mientras vas esquivando a todo el mundo que se te pone por delante a pesar de verte con dos maletones. Eso como siempre,  la poca consideración que no falte. Media hora después apareces en el portón de tu piso. Sueltas las maletas. Vas corriendo a poner la calefacción y te haces a la idea de lo mucho que te queda aquí.

Al día siguiente recuentro con las demás, horas esperando con Yai en la estación poniéndonos al día, y después otras tantas con Sandra haciendo lo mismo. Los días siguientes sirvieron para coger el ritmo, haciendo cosas de la facultad, haciendo la compra, limpiando la casa. Esas cosas que no se quieren hacer, pero que hay que hacer.

En definitiva, una entrada sobre la ida a casa, la estancia allí, y la vuelta a Florencia. A ver qué deparan estos meses que nos quedan.