lunes, 27 de septiembre de 2010

¿Habemus pisum?

Harta de pensar que no encontrarás nada de lo que esperabas te vas a una inmobiliaria, lo mejor que hemos hecho. Un Mauro muy agradable te atiende y te enseña pisos ese día. Son las 4 30 de la tarde y te va a  enseñar el último appartamento mientras tu esperas que te guste, que sea amplio y bonito.
Pues sí, eso es lo que pensé nada más abrir la puerta. Genial. Un piso genial.
"El porche"
Pues a ver mañana, espero que aunque en el Porcellino no conseguí colar la moneda dentro, ¡tengamos suerte! (además, me faltó muy poco).

domingo, 26 de septiembre de 2010

A la búsqueda de piso


El segundo día miras todos los anuncios que hay colgados en la ciudad, compras la tan famosa Pulce y llamas toda emocionada a todos los pisos asequibles y cercanos. “No la alquilo 9 meses”, “Sería a compartir con tres personas más”, “Ya está alquilado” son las frases que más escuchas ese día. Un poco de decepción, pero te sientes optimista. Encontrarás algo perfecto, acogedor. Visitas un piso, piensas que es lo más cutre que has visto en la vida y le dices a la casera “nos los pensamos y ya te llamaremos” y piensas por dentro (sí, seguro). Ahora a esperar al lunes a ver que se cuece. 

PD: Io voglio un appartamento !!

Por fin, Florencia

Escribo desde el hostal más raro en el que me he quedado nunca, donde la casera es una mezcla de un dibujito animado y algo extraño, pero dentro de lo que cabe no está mal y nos pilla muy céntrico.  Ya que no he podido escribir antes explicaré el por qué.

Día 21, antes del viaje.

Todo iba sobre ruedas, como ya comenté habíamos comprado el billete Sevilla -Pisa y lo único que rondaba en mi cabeza era elegir de qué prescindir para no pasarme de los 20 kilos que ryanair te da de límite para que luego no tengas que sacarte el ojo en el mostrador de facturación. Esa tarde decidí salir con mi madre a hacer los últimos recados, sacar el billete del barco, imprimir las últimas fotos, meterte en el Corte Inglés a probarte millones de pantalones, buscar unas botas negras, y merendar un sandwich muy rico. No me llevé el móvil por lo que mientras yo estaba por ahí la mar de contenta, en la resi, había sonado un mensaje “Ryanair cancelled”, y yo sin saber nada. Cansada de caminar, abro la puerta de la habitación  escuchando como una banda sonora mi tono de llamada. Un fijo de Ceuta que no tenía grabado.

-“Diga”
-“Tia, no sabes lo que ha pasado” “no estás en casa no”
-(es Sandra, a ver si de una vez grabo su fijo en el móvil) “¿qué pasa?”
-“Me ha llegado un e-mail de ryanair cancelando el vuelo”
-¿QUÉ?
-“Me ha llegado un e-mail de ryanair cancelando el vuelo”
-“No, si te había oído, pero es que no puede ser verdad…”
Todavía no puedo describir lo que pensé y sentí en ese momento, me cagué en todos los controladores franceses, en ryanair, en mi misma por haber elegido justo ese día para volar… en la segunda fase pensaba en que había que rehacer todos los planes que llevaban hechos meses, en unas pocas horas, y en la tercera, reía por no llorar. “Ya lo solucionaremos”
Después de 4 horas todos reunidos, decidimos coger el barco al día siguiente, como estaba previsto, ir a Málaga en coche, y coger el ave hasta Madrid. Allí nos recogerían mis tíos y dormiríamos en su casa, hasta la mañana siguiente que un taxi nos llevaría al aeropuerto. Desde Barajas salía el vuelo a la 13:25 hasta Milano, donde deberíamos coger un tren hasta nuestro destino final: FLORENCIA. Y así fue, (bueno, en parte).

Día 22, parte del viaje.

Barco, coche y ave. Todo perfecto. Paseo por Madrid y a dormir.

Día 23, parte del viaje.

Barajas. En la cola de facturación de Easyet (cambiamos de compañía, lógico) nervios  por si la maleta pesaba más de la cuenta. Primero Sandra. 20 kilos. Uff. Sonrisas. Después yo,  nervios, no quería soltar 20 euros por la cara. 20 kilos. Más sonrisas. “Si lo llego a saber, peto la maleta, mis botitas marrones en Ceuta, chacho”. 

Y siguiendo la rutina de los aeropuertos, después de facturar, el temido control, quítate el cinturón, el reloj, las botas, camina por el suelo frio, saca el portátil de la maleta donde hay un verdadero Tetris, pásalo por la cinta, mientras el pantalón se va cayendo poco a poco. Ala, por fin. No pita. Coges todas tus cosas que no son pocas y a vestirse de nuevo. De repente, un policía detrás de ti, “perdona, señorita, ¿puede acompañarme?”  Y tú toda roja, pensando en que habrá pasado. “Abra la maleta” (Nooooooooo,  no puede ser, ahora que estaba todo dentro. Haces un recuento mental, no llevo nada raro. El secador en su máquina parece una pistola, te ríes y se lo dices “es un secador” pensando que ya podrías volver a jugar al tetris y en lo cómico de la situación. Pero no. No era el secador lo que llamó la atención. “¿Líquidos, agua, colonia, desodorante, mascarilla, productos para echarte antes de plancharte el pelo?” Te sorprendes de que un policía sepa tanto sobre productos capilares cuando está calvo. “No, señor, no llevo nada de eso”. Al final descubren lo que es. Un sandwich. No me lo podía creer. El sandwich que la tía se empeñó en hacer y en que nos llevásemos,  que al principio iba a ser de jamón ibérico y terminó acabando en un sandwich mixto de toda la vida, pero muy bueno, eso sí. 15 minutos más tarde, cuando consigues introducir todo medianamente bien en la maleta, buscas la puerta, te acomodas y esperas que salga el vuelo a la hora. 4 horas después de eso, todavía seguías esperando a que saliera de una vez. Incluso una vez en el pasillo que lleva al avión, todavía esperas entrar al avión. Casi. Casi lo consigues. Pero claro, no iba a ser tan fácil. Para atrás de nuevo. Cola de la izquierda y cola de la derecha. Una bolsa de 3 kilos de cortezas rota en el piso. ¿Y eso, no entiendo? Mientras esperas, te enteras que una china pagó exceso de equipaje para poder llevarlas, y que finalmente tuvieron que quedarse en tierra. 3 kilos de cortezas. Otra cosa que no entiendes ese día. Volvemos a repetir la historia, entregamos el  billete ya roto a la azafata, pasamos y por fin, si, estamos dentro del avión. Escoges tu sitio, despegas y aterrizas. 

Lo más simple de todo el viaje. Aeropuerto de Milán o Milano, como quieras. Guagua a Milán central. Lamentas que esté tan lejos porque sabes que no llegas al último tren, otra vez, “me cago en los controladores franceses, Sarcozy ya podría expulsarlos como a los gitanos”.  Pues nada, a soltar 80 euros a un tal Andreolo de 4 estrellas y a dormir. Madrugar para coger el tren y por fin, después de dos días de viaje, al tercero, pisamos suelo florentino. El primer pie que lo tocó fue el derecho, a ver si sirve de algo. 
Pues eso, de ese modo llegamos a Florencia, buscamos el hostal y nos echamos a andar a las calles. Esto es precioso, lo sabes nada más llegar a la estación. Al salir, ves un montón de bicis y tú ya quieres una. Te sientes una de esas guiris que va por Fariones sin entender ni papa de español pero saben decir tortilla, fiesta y guapo. Pues tú igual, va bene, prego y ciao, pero todavía no sabes en qué momento utilizarlos,  aquí los usan para todo.

El primer día te recorres la ciudad ya sea buscando algo, o perdida por sus calles mirando todo. Y de repente, das con il Duomo. Imposible ver la cúpula desde lejos y no acercarte a verlo.  Unas cuantas fotos y a seguir localizando sitios. Ves la facultad, enorme, bonita y muy limpia, una pena que no se pueda decir lo mismo del callejón en donde está. Pero claro, no se puede pedir todo. En realidad todo te parece que tiene su encanto, será la novedad. Esperas que esa sensación se prolongue nove mese.

domingo, 12 de septiembre de 2010

:D


Después de casi un año de reuniones en las que los que deben aclararse y aclarar no lo hacen, de papeleo, de hablar con los coordinadores, de más papeleo, de enviar millones de e-mails (que no entiendes), de más papeleo, de meterse en todas las redes dedicadas al Erasmus habidas y por haber, de más papeleo, de buscar todo tipo de información, de contactar con muchas personas, de leer experiencias y consejos de la gente, y por último y como no, de más papeleo, puedo afirmar que tengo un billete rumbo Pisa. Sí, me voy de Erasmus. Nueve meses a Florencia es todo lo que se de momento. Todavía no me lo creo y de hecho, hay momentos en los que lo dudo, pero parece que sí, que me esperan nueve meses de lo más moviditos.